Saturday, March 6, 2010

DAR EL PRIMER PASO.

 Hasta la persona más común y normal del mundo, está al corriente de que para emprender cualquier travesía, se debe comenzar con un primer paso. Considero por común y corriente,  a una persona normal que se sabe  única en el mundo, y no tiene problemas para entender que es igual  a cualquier otra. Por tanto para ser alguien, entiende que no necesita competir con nadie. Esa es la gente naturalmente franca y sencilla y por tanto,  aunque no sepan absolutamente nada de letras y números resultan ser, nada más y nada menos que: auténticos seres humanos. Los que pretenden sobresalir del montón, es por simple complejo de inferioridad que debe ser tratado por ellos mismos, pues nada se puede hacer con una persona que ha elegido minimizarse. Con las que además de eso eligen animalizarse, recomiendo extremar las precauciones porque algunas veces parecen tiernos  cachorrillos, y de un momento al otro se transforman en unos energúmenos que detestan al género Homo sapiens. Para lastimar con saña, las más de las veces prefieren dar lástima en vez de causar admiración, pero en esa trampa tan sólo caen los que se sienten culpables. Porque también son víctimas de la misma ignorancia, que guía a la miserable bestia pseudohumana y manipuladora.

  En lo personal esta gente no me atrae en lo más mínimo pero en cambio, me encanta decirles en la cara lo que son, para ver si  de ese modo y tan siquiera por vergüenza; deciden detener la kafkiana metamorfosis porque nadie tiene escrúpulos, para darle un pisotón a una cucaracha pero ver a una cucaracha,  tratándolo de pisotearlo a uno;  ya eso se pasa de la espeluznante ciencia ficción para caer en el terreno del absurdo. Y entre el absurdo y el ridículo no hay un paso, sino un círculo vicioso. El paso es el que hay que dar de lo sublime para caer en el ridículo. Ya una vez que uno decide dar el paso para hacer el ridículo, caer en el absurdo, la ausencia de respeto, la pérdida del humano entendimiento, la hipocresía, la avaricia, los celos, la envidia…, es tan simple como estar en un chiquero y además de ensuciarse todo el cuerpo dedicarse a comer puro sancocho.

 La historia, que recoge más disparates humanos que aciertos simplemente por estar escrita; por los mismos que pretender llegar a ser seres humanos pero después de que se mueran, recogió de la vida de un tal Alejandro Magno esta anécdota. Que se puede encontrar donde quiera porque ni los que manipulan, para obtener un poder transitorio y mundano; pueden alterar el curso de los acontecimientos. Podrán alterar las palabras y decir que hay una mejor vida después de que uno se muera; pero como van a hacer para acallar una voz que, sabiendo que lo que  le esperaba era un calvario pero habiendo vivido apasionadamente; se puso a regar por todas partes que la Divinidad residía en cada corazón humano. Pero ni siendo sus representantes se detienen, y siguen convenciendo al redil de que la Divinidad se encuentra sentada en alguna galaxia, perdida en el infinito Universo y   esperando a que los rumiantes mueran para darles la bienvenida. Por eso no pueden ver al Maestro en cada ser humano, tal y como Él lo dijo. Ni podrán hacerlo porque en una conciencia mugrosa, ningún ser humano puede verse enteramente reflejado. Ni menos aun reconocer a imagen y semejanza de QUE’, fue realmente creado.

  Este Alejandro, dizque “El Grande”, debió haber sido un chiquillo como otro cualquiera que alguien se ocupó de hacerle creer, que era especial y superior al resto de la muchachada. Dicen que fue su madre, que por destratar y aburrecer al bruto ordinario del marido; que se dedicaba a matar gente para tener más tierras y riquezas materiales, le inculcó a su hijo que era un divino bastardo porque había sido procreado por una figura mitológica, que tal vez sólo fuera el mejor amigo del rey y con el que la reina, le ponía los cuernos al padre de Alejandrito. Pero hay que reconocer que el padre tampoco le daba a Alejandro, muy buen ejemplo que digamos. Y la prueba es que se volvió con el tiempo un conquistador, mucho más implacable que su progenitor y hasta se declaró gay;  para demostrarle al bárbaro de padre su más profundo desprecio. Este tipo hizo y deshizo a su antojo pero dicen que un día en sus idas y venidas,  se tropezó con Diógenes, un hombre considerado sabio en su época por viajar ligerito de equipaje. Y no estar ni remotamente interesado en impresionar a nadie. De los políticos, por más poderosos que supuestamente fuesen; dicen que Diógenes necesitaba saber tanto como alguien obsesionado con la pulcritud,  sobre las ratas que pululan dentro de los supermercados donde compran; sus aparentemente higiénicos productos.

  Dicen que le ofreció grandes riquezas a Diógenes pero ese hombre, que sería pobre pero no pendejo; le respondió que lo único que le agradecería al en ese entonces Emperador Alejandro Magno, era que no le quitara la luz del sol. Y el muy cretino de Alejandro se lo concedió, como si el Sol alguna vez hubiera necesitado una orden humana,  para darle su luz al mundo entero. Diógenes le sugirió al arquetipo de babosa este, que dejara de acumular porquerías y una fama que no podría llevarse consigo al morir; y que mejor se dedicara a disfrutar de su existencia y Alejandro, con toda su soberana estulticia y bufonesca arrogancia, le respondió a Diógenes que luego de que terminara de conquistar al mundo y “helenizarlo” (ahora se dice: civilizarlo), se ocuparía de eso. Dicen que Diógenes le respondió algo así como: “Con las manos vacías llegaste a este mundo y con las manos vacías te irás”. 

 Algo que tiene que resultar ininteligible e incomprensible para un sátrapa que, además de tener las manos ensangrentadas; tiene las arcas repletas de ganancias materiales. Pero parece que finalmente lo comprendió pues antes de morir, se cuenta que se acordó de Diógenes, el sabio; y le pidió a alguien que cuando ya fuera un difunto, lo colocaran en el ataúd con las manos hacia afuera. Quería que los que aparentaron quererlo cuando el tiburón,  se bañaba  y los salpicaba; supieran que con las manos vacías había llegado a este mundo y luego de todo lo conquistado; con las manos vacías se iba. Y aunque la historia no lo recoja, seguramente que Alejandro antes de colgar las zapatillas de ballet, y aunque demasiado tarde; supo lo caro que le costó dar cientos de miles de millones de pasos hacia afuera de él y ni siquiera un sólo paso hacia la conquista de su universo interno. Pobre de Alejandro Magno, haber tenido tanto poder, fama y riquezas;  para acabar muriendo tan miserablemente sabiendo mucho de este mundo pero ignorándolo todo sobre sí mismo. Se puede decir que aunque todo mundo lo conozca, para él no fue más que un perfecto desconocido durante toda su vida. Como dicen los cubanos: “Trite hitoria”.

 Y lo peor es que la historia se repite por más  triste y hasta patética que resulte. Por la simple y sencilla razón de que muchos son los llamados pero muy pocos, los que eligen admirar a un sabio y humilde Diógenes en lugar de rendirle pleitesía, a un mísero Alejandro dizque Magno y supuestamente Grandioso, pero cuya vida resultó inútil y vacía hasta para él mismo. Por eso sigo insistiendo en que la paz no es un lujo, sino un sentimiento  que debe hacerse efectivo porque en conflicto, no hay quien viva. Y lo peor es que la gente conflictiva es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Sobre la paz sólo sé, que lo que vale es sentirla y si a alguien le interesa, tiene a su disposición este video y una respiración constante y leal; que le permitirá saber si es mejor abandonar este mundo  habiendo vivido plenamente, que hacerlo tomando conciencia de que hizo con su vida, lo mismo que habría hecho si en lugar de la vida; le hubieran regalado un rollo de papel higiénico.

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