Thursday, March 18, 2010

AMO LOS MUNDOS SUTILES.

 Que no se limitan a las formas ni se malinterpretan con palabras. En los que tiempo y espacio se funden para crear una dimensión inatrapable y tangible. Amo todas sus estaciones porque todas son incomparables y cada una tiene su propio encanto. Amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, porque en ellos las apariencias no existen y todo resulta real sin dejar de ser mágico. Y por comprenderlo no entiendo, a esos seres; nada terrenales por cierto porque lo terrenal se hace polvo, o sea que no trasciende la forma, que en lugar de sacarle a cada estación su esencia, prefieren ver pasar las estaciones frente a ellos sin detenerse a disfrutarlas plenamente. Les llega la adolescencia, pleno brote primaveral que hasta le saca a uno granos en la cara y que no espera a que le otorguen permiso para decirle: ¡Seguro que yes!, a la Vida. Y en lugar de disfrutarla a plenitud, tal cual hizo con la niñez si fue vivida con plena madurez; prefieren estacionarse en ella. Como Penélope, la que se quedó en la estación esperando al caminante. Que no tuvo valor para seguir al caminante ni una clara visión para reconocerlo debajo del disfraz que su amigo el Tiempo, le había prestado.

 Identificarse con esta pobre mujer, que vivió ni más ni menos que un sueño que nunca se realizó; es lo que hizo a esta canción que popularizó Joan Manuel Serrat; tan famosa. Pues la situación de este mundo evidencia, sin lugar a dudas y a los hechos me remito; que la mayoría de los individuos de la raza Homo sapiens crecen en talla pero decrecen en espíritu. Y siendo todos creados por el mismo Poder, resulta que algunos prefieren estacionarse en la adolescencia a continuar acompañando a la Vida; que siempre les alienta a seguir, no rendirse y no desfallecer por nada de este mundo.
 Desoyendo rotunda y neciamente lo que afirmase el gran poeta Antonio Machado, al expresar en sus versos del alma:

“Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar.”

 Se quedan estacionados y la Vida sigue su curso mientras que ellos sedientos de dicha, dejan que la Vida se les escurra como agua entre los dedos. Y la Vida les dice: ¡Bébeme! Y ellos ni por enterados se dan. Luego toma la Vida un cuerpo lo llena de amor y como si fuera una común y corriente galleta de animalito, se los ofrece para que sacien el hambre descomunal; que tiempos de profundo desamor le encajaron a sus almas. Pero ellos, en un acto de soberbia más monstruoso que el hambre y la sed que tienen; a la Vida le desprecian la copa de vino con un manotazo y a la supuesta galleta de animalito; se la tragan sin masticar y luego la escupen y la pisan. Como mismo hace cualquier vulgar y ordinaria muñequita bulímica de plástico, con una comida carísima que le invitaron a cenar en un restaurant de lujo, con puro alimento gourmet y en París. Esas aspirantes a maniquí que ignoran aunque lo sepan pronunciar, que noblesse oblige.

 Por eso yo amo los mundos sutiles, donde aunque todo aparentemente cambie hay algo que permanece, y a lo que me puedo aferrar sin preocuparme por ser realmente mío. No todo en ellos será color de rosa pero precisamente por ello, puedo admirar en ellos a una gama infinita de colores. Nubes grises aparecen amenazando con destruirles más cuando menos lo esperas, el sol brilla y el cielo se pone más azul celeste que nunca. Y al que quiera azul celeste, realmente nada le cuesta a menos que el azul celeste se refiera, a lo que guarda un hilo dental teñido con ese color. En ellos cuando todo parece acabar, algo hay que se renueva y de ahí que en ellos; pueda hacerse real la promesa de un Maestro en la que muchos creen, pero pocos desean realizar.
 Y me refiero exactamente, a los que miran al cielo al mencionar a Dios por no sentir a la Divinidad, latiendo en sus corazones. Que resultan ser, no por casualidad sino gracias a ellos mismos;  esos adolescentes deteriorados y decadentes que se asustan al mirarse en un espejo, simple y llanamente porque una mente de  13 años no puede estar preparada para verse metido, en un cuerpo cincuentenario. Con razón se desquicia la pobre. Imagínese a usted mismo con la cara y el cuerpo que debe haberse cargado de joven, y con esas juventud corriéndole por la venas, parece frente al espejo y quédese viendo impávidamente: una imponente papada, cualquier cantidad de patas de gallina, una indisimulable panza cervecera, bigote donde no había nada y nada donde antes había un mostacho, todo caído por el frente y por la retaguardia ni hablar, en resumen: la decadencia y ruina de lo que fuera un imperio.

 ¡La locura!, diría cualquiera con toda razón; porque si cada estación tiene su encanto, qué caso tiene detenerse en una que además resulta de por sí conflictiva. Ya lo dice la palabra: adolescente que se le pone a alguien,  que puede tenerlo todo pero siente que le falta algo. Que le queda ajustada y le viene de perillas a esa gente que expresa, que lo mejor del amor es la conquista y que luego es más mejor entodavía deshacerse de lo conquistado. Como adolecen o sienten la carencia del entendimiento innato, olvidan la esencial y única regla de oro a cumplir y consideran como lo más natural del mundo ponerse a hacerle a los demás exactamente lo mismo; que no les gusta que los demás les hagan a ellos. Me recuerdo en ese tiempo, que comparé con el del Medioevo porque estaba indecisa entre ser la doncella cautiva o el caballero que se encargaba de liberarla; y me comparo a mi misma con una vulgar actriz de pacotilla actuando en un cursi y repugnante melodrama. Un día me levantaba con ganas de comerme al mundo y no dudada tan solo del amor materno que en verdad me constaba…sino que hasta creía ingenuamente en el amor que supuestamente me profesaban mis seres queridos. Eso podía durar hasta el día que me despedía de mi madre, como si fuera una condenada al patíbulo; agradeciéndole por todas sus atenciones y pidiéndole encarecidamente, que mandara al carajo a toda la familia (excepto 2 o 3), de mi parte, antes de meterme en el baño a prepararme una bazofia con todos los medicamentos del botiquín, para dizque suicidarme.

 Eso terminó el día que mi santa madre me dijo, que no iba a seguir comprando medicamentos para primeros auxilios; hasta que yo me decidiera por acabar de suicidarme de una vez y por todas. Ese día comprendí que mis días como actriz habían terminado y tuve que decidirme por seguir siendo yo misma,  aunque hubiera comprobado que a la mayoría de la gente; le gustase vivir de las apariencias. Todavía no sé si esa fue una buena o una mala decisión pero al menos, mi madre y yo nos sentimos plenamente satisfechas con ella y como decía mi madre de la opinión del resto: “De entre todos, seguramente que soy yo la que más te quiere y lo sabes”.  Respetaba mi manera de ser aunque no coincidiera con su forma de ver la vida, y esa es la única prueba que el amor necesita.

 Por eso sigo diciendo que amo los mundos sutiles, exentos de las asperezas de esos mundos donde el alma flota a la deriva; en un océano de sinsabores. Donde no se les llama groserías a las calificadas de malas palabras porque se sabe, que en una voz amada hasta las malas palabras se convierten en flores. En los que la amistad prevalece y al amor nada ni nadie lo destruye. Mundos llenos de maravillas increíbles pero reales, que no pueden siquiera concebir los que desprecian beberse la Vida y además no aprecian los bizcochos que la Vida ofrece como acompañantes. Siempre se ha dicho que no se saca agua de un pozo seco y que por tanto, no puede amar aquel que no haya sentido en sí mismo, a un amor estable y constante que como  llama perenne nunca cambia, ni envejece, ni caduca, ni expira nunca. Lo que precisa de entendimiento es demasiado simple y claro como para no ser comprendido. La mente lo tratará inútilmente de interpretar sin saber jamás su significado, sencillamente porque es algo que sólo al corazón pertenece. Como si fuese posible que la oscuridad pudiera dispersarse con meras palabras, cuando el sol aún no está brillando en el cenit.

  Aunque a muchos les disguste y a lo que les guste tal vez no lo entiendan, vuelvo y repito que amo los mundo sutiles, ingrávidos y gentiles que no son como pompas de jabón, como los mundos quiméricos donde el tiempo se detiene supuestamente; para permitirle a un adolescente amargado  e irresponsable hacer de las suyas aunque entre las “suyas” se incluya: “romper corazones”.  Tendrán su razón irrazonable de ser pero esos mundos errados y errantes, los quiero lo suficientemente lejos de los mundos sutiles que si saben exactamente, hacia donde se dirigen. La eterna e irreconciliable dicotomía entre luz y oscuridad, no  permitiría que un mundo lleno de insatisfacción coincidiera con otro plenamente satisfecho.   De hecho de la alianza entre un mundo real y otro que estallará como pompa de jabón, es que nacerán los celos, la envidia, la desconfianza, la intolerancia, la soberbia, la ingratitud, la desconsideración y todos esos aspectos sombríos; que le malogran la divinidad a cualquiera. Y eso lo supieron finalmente las fanáticas culebras que existían en mundo tales, cuando crucificaron a un cirio y este; más de dos mil años después aún continúa brillando. Esa luz al igual que yo, ama los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles pues solamente en ellos puede brillar; sin necesidad de encandilarles la vista a las ratas de cloaca que huyen despavoridas ante su presencia.  Así ha sido, es y será…por los siglos de los siglos porque hay cosas que cambian y otras que permanecen constantes; aunque las miserables miserias humanas no lo conciban.

 Amo los mundos sutiles porque en ellos las paradojas son reconciliables pues aunque es ellos; todo es infinito, también en ellos todo se reduce a un par de corazones bailando un vals bajo la luz de un farol,  sin dejar de contemplarse uno al otro ni por un instante.

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