Monday, March 25, 2013

Cucarachita Martina…prtrtrttrtrtrtrt”.


Aunque sé que podría herir la susceptibilidad de una que otra persona con complejo de bicho rastrero, debo aclarar que este artículo no tiene la intención de ser leído por un insecto despreciable que como tal… debería dedicarse más al acaparamiento de porquerías que considera apreciadas que a leer artículos redactados por una persona que, ciertamente, conoce la diferencia entre realidad y puñeta mental. Por si se diera por aludida la sabandija en cuestión, advierto que este artículo constituye un homenaje a todas esas mujeres que fueron madres una vez y abuelas un par de veces. Y para ser más específica, va dedicado a esas bisabuelas que en lugar de maldecir a sus bisnietos por haberse transformado con el paso del tiempo en unas brujas retorcidas y amargadas; son capaces de bendecir a las recién llegadas criaturitas con una sabiduría que es fruto de la propia experiencia. Por algunas pistas que me diera mi madre desde mi más tierna infancia hasta que superé la mayoría de edad, sospecho que yo sea mi propia bisabuela de manera que este homenaje a las mujeres que transmutan la aparente contrariedad de decirle adiós a un cuerpo joven en una victoria en sí misma; puede extenderse a mí misma ya que, afortunadamente, no sufro de ese achaque que aqueja a una sabandija hipócrita y arrogante más conocido por “falsa modestia”.

No están para concebirlo siquiera esos energúmenos que, como están fuera de sí,  se consideran a sí mismos como parte de una manada o rebaño o enjambre de sujetos que, por no usar la habilidad de pensar por sí mismos ni poner en práctica la sabiduría de guiarse por los dictados de sus propios corazones, tienen que ser gobernadas o manipuladas o encabezadas por unos megabichos cuya megalomanía justifica el manejo del abuso de poder; precisamente por eso señalo que antiguamente se usaban los cuentos o fábulas, no sólo para lograr que un niño acabara por dormirse de una buena vez sino también para trasmitir un mensaje o moraleja que le sirviera al oyente, como punto de referencia para compararlo con alguna actitud que se pusiera de manifiesto tanto en un ser humano, como en un animal superior que se creyera ser humano simplemente por identificarse con su apariencia física. Sucede que tanto en la antigüedad como en los tiempos que corren, la sincera expresión de la verdad ha sido relegada a un segundo plano o desterrada al olvido porque eso, por más absurdo y abominable que sea, resulta ser de lo más común en un mundo donde la hipocresía se considera una norma de conducta y, para no convertirse en mártires de una doctrina o en víctimas de despóticos representantes de un ignorante populacho; quienes se consideraban a sí mismos como humildes instrumentos de la verdad inventaron historias protagonizadas por animales que por sus hábitos de conducta, pudieran homologarse con quiera fuera o aparentara ser un ser humano. Una de esos cuentos titulado “La Cucarachita Martina”, es el que le sirve de argumento a este artículo y para presentarle al lector sus personajes protagónicos, inserto a continuación una imagen de Doña Cucaracha Martina y Don Ratón Pérez que si desagradara a alguien; debo advertir que no será culpa mía sino de quien sea que vea a una alimaña despreciable cuando se mira en un espejo.


Conocí el cuento de “La Cucarachita Martina” siendo una niña, y gracias a una bisabuela llamada Petronila a la que cariñosamente nombraba abuela Petra. Era mi bisabuelita una octogenaria con la apariencia de una dulce ancianita capaz de quedarse callada; con tal de no herir la susceptibilidad de quien la estuviera sopapeando y, viéndolo en retrospectiva, su comportamiento denotaba que estaba más interesada en ponerse en paz consigo misma que en tolerar la compañía de una bisnieta que, estando en paz consigo misma dada su corta edad, estaba naturalmente dispuesta para escuchar cualquier historia que una ancianita quisiera relatarle. A pesar de no poder presumir de títulos académicos, la sabiduría de mi bisabuelita Petra se puso de manifiesto cuando se decidió a trasmitirme un mensaje cifrado, usando como artilugio el cuento de la vanidosa cucaracha que experimenta con varios animales antes de decidirse a contraer matrimonio con un ratón que, además de tratar inútilmente de satisfacer sus vanas aspiraciones, se dedicara a dormir y callar. Gracias a mi madre, no tuve que llegar al primer grado de primaria sin saber que las fábulas eran relatos protagonizados por animales cuya connotación residía en que  de ellas, se podía extraer una enseñanza que podría serle valiosa a quien captara su utilidad. De modos que, a pesar de mi corta edad que no pasaba de los cinco agostos, no tardé mucho en relacionar a los protagonistas de dicho cuento con ciertas personas que ya había tenido el disgusto de conocer y a las que se les notaba por encima de las apariencias… que estaban más programadas para desgraciarse una existencia que podía terminar en cualquier instante; que dispuestas para celebrar una vida que absolutamente nada habían hecho para merecer. Como no cuento con los recursos monetarios necesarios para responder a una demanda, en lugar de una fotografía que sirva como un ejemplo de la pareja a la que hago alusión voy a insertar una imagen que no dejará nada a la imaginación del que, en la vida real, se considere a sí mismo como un Don Pérez con rateras costumbres o de la que se vea a sí misma como la propia Doña Martina alias La Cuca.


Por si todavía no se captara lo que la imagen anterior trata de comunicar, señalo que se puede reconocer al personaje femenino de la pareja porque en lugar de exponer sus puntos de vista y expresar su propia opinión respecto a un tema determinado, lo que hace es berrear sus calamidades pero empleando el alfabeto de su lengua natal y el masculino se detecta fácilmente porque, lejos de poder entablar una charla amena y edificante con el prójimo que le conceda el honor de prestarle su atención, todo lo que puede hacer es confundir su abertura bucal con el orificio anal y disponerse a pedorrearse como efecto secundario de la diarrea cerebral que se desencadena justo en la cavidad craneana donde debería funcionar en su máximo esplendor, una eficiente red neuronal que por falta de uso, ha quedado atrofiada. Quien haya escuchado o leído el cuento del ratón Pérez que cayera en la olla por la golosina de la cebolla y que eligiera por consorte; a una sabandija despreciable y vanidosa que está de acuerdo con cambiar amor por provecho material, puede fácilmente detectar la similitud que existe entre los protagonistas del cuento “La Cucarachita Martina”  y algunas parejas que se comprometen a amarse hasta que la muerte los separe pero sin asegurarse antes de que, como individuos, sean capaces de mantener la autoestima en perfecto estado de salud y por consiguiente, de hallarse en pleno uso de sus facultades mentales. Quien no detecte la similitud es porque no tiene información alguna con respecto a dicho relato que es infantil; debido a que hasta un niño puede captar su mensaje, o porque se han dado por aludidos y como es normal que a los fantoches les moleste que les quiten la careta, cuando escuchan o leen algo que los puede desenmascarar prefieren pasarlo por alto antes que reconocer la semejanza entre ellos, y lo que se está poniendo en tela de juicio. Pero a mí me encanta que estos personajes de quinta categoría salgan de sus dudas así que por si acaso… voy a dejarles una imagen que les puede confirmar cuál es el aspecto externo que pueden tener en la vejez, dada la amarga condición de lo que sobrellevan por dentro, los integrantes del par Ratón Pérez-Cucaracha Martina. Afortunadamente nunca me he propuesto conseguir el aprecio de semejantes esperpentos así que si alguno de ellos se diera por aludido con la imagen, le aseguro que su desprecio sería entendido por mí como una bendición por la que le estaría eternamente agradecida, con toda seguridad. Y que sea Dios el que se apiade de su alma.





Una vez expuestas las inevitables consecuencias de comportarse con la presunción de una cucaracha Martina o a la ratera manera de un ratón Pérez, cabe señalar que la impertinente vanidad de una persona que se considere a sí misma como una sabandija miserable y la desquiciada manía de rapiñar que caracteriza al que se vea a sí mismo como una rata de alcantarilla; resultan tribulaciones que alejan al ser humano de su verdadera naturaleza y por tanto no es de extrañar que cuando alguno de estos bichos, que son humanos tan sólo en apariencia, se topan con un ser humano que no tiene que recurrir a los convencionalismos sociales para comportarse como tal, lo que sientan es un rechazo que sólo puede reducirse un poquitín si el ser humano en cuestión es elegido por el amor… para ofrecerle al miserable esperpento un vivo ejemplo de lo que puede ocurrir cuando uno se asegura de poder amarse a sí mismo antes de pretender ofrecerle al prójimo, un aprecio tan miserable que a diferencia del amor y dada su falsedad está sujeto a una serie de condiciones impuestas obviamente, por la sabandija con humana apariencia que se desprecia a sí misma. Pero como el amor sí sabe lo que hace… una vez que advierte que el bicho rastrero prefiere acogerse a su vil condición antes que elevarse por encima de sus miserables adicciones y para resultar más efectivo que confrontante, decide lanzarle una trompetilla a la sabandija e irse con su música para otra parte. Y quién se atrevería a criticarle siendo de todos sabido que una alimaña rastrera no busca ser digna de que el amor la tenga en cuenta y por tanto todo lo que se merece el insecto despreciable que aparenta ser un ser humano es ser el blanco propicio para un certero chancletazo.





Para nadie es un secreto que los consultorios de quienes dedican su vida a psicoanalizar el  aberrante comportamiento de los dementes que aparentan ser personas en su sano juicio, y las oficinas de los supuestos intermediarios entre Dios y los seres humanos están abarrotadas de ratones Pérez y cucarachas Martinas que, actuando cual despojos humanos que son cautivos de la incertidumbre, tratan de salvar una relación basada en la cobardía y el desmedido interés en lo material. Está comprobado que la vanagloria, el miedo, la avaricia, el aturdimiento y la desconfianza constituyen emociones que, lejos de enaltecer al ser humano, sólo sirven para hacerle sentir miserable al menos mientras que se encuentre atrapado en un cuerpo que tras el último suspiro, acabará convertido en polvo. Desafortunadamente en este planeta se da un fenómeno adverso y estrambótico que consiste en la trasmutación de una criatura divina en un aberrante esperpento que cuando se une a otros de su misma baja calaña, pasa a formar parte de una plaga cuya nocividad afecta a todo lo que con ella se ponga en contacto. Dichos abortos de la naturaleza que ni en sí mismos confían y que le temen hasta a sus propias sombras, no están conscientes de la medida en que les afecta la inseguridad en sí mismos y, el desequilibrio mental que los hunde cada vez más en el fracaso, no les permite constatar que tan enajenante comportamiento los aleja de la posibilidad de sentirse plenamente satisfechos con una vida que, definitivamente, nada hicieron para merecer, por eso es que dejo aquí esta imagen que les puede servir de algo sólo en caso de quien la vea con una visión despejada, se sienta capaz de dejar de cometer el disparate de identificarse con una engreída cucaracha de vitrina o con un cleptómano ratón de alcantarilla. Con lo cual en lugar de favorecerme a mí, estaría haciéndose un grandísimo favor a sí mismo.


Considero que sería muy mezquino de parte de un terapeuta el ser capaz de diagnosticar una enfermedad sin ofrecer un remedio a un padecimiento, que tal vez pueda ser fatal pero no por ello necesariamente irremediable. Y por no encontrarle aún un calificativo que le cuadre a semejante bribonada, no voy a exponer lo que opino de los supuestos sanadores que cobran elevados honorarios por engañar a sus pacientes recetándoles remedios, cuya compra únicamente favorece a unos estafadores usureros que, por dedicarse a lucrar con la proliferación de las miserias humanas, son dueños de colosales emporios o megatinglados donde se amontona una riqueza que absolutamente nada tiene que ver con la fortuna que se encuentra en el reino de los cielos. Es por eso que coincido con Lao Tzu cuando este sabio asiático expresara que:  “En caso de poder realizar la gracia de atender una dolencia cuyo remedio ya conoce, el galeno no debería exigir a cambio un pago, porque, si lo hace, consciente o inconscientemente, querrá prolongar la enfermedad todo lo posible ya que ese, sería su negocio”. No suelo concordar con esas pusilánimes alimañas que aparentan ser personas mientras que cambian sensibilidad por sensiblería creyendo que semejante desatino; se puede considerar apropiado en un ser humano que sabe que está en este mundo tan sólo como ave de paso; pero igual estoy dispuesta a colaborar en el despertar de la conciencia en un mundo hundido en el oscurantismo y la superchería de manera que me complace insertar en este artículo que denuncia a un par de joyitas del estilo de una Doña Cuca Martínez y un Don Rata Pérez; una cita que destaca la importancia de poseer una autoestima saludable y por consiguiente… poder contar con la claridad que es natural en una chispa de inteligencia incorporada en una forma humana, al menos en el caso de que un ser humano no desee rebajar su original lucidez a la ficticia situación del orate que, por no conocerse a sí mismo, cree que los locos son aquellos que prefieren ser espontáneos individuos a ser inexpresivos mamarrachos que sirvan para protagonizar cuentos como el de “La Cucarachita Martina”.



Esos melodramáticos personajes que de manera precaria, insisten en ocupar dentro de un cuerpo humano el espacio que legítimamente le pertenece a un Ser divino que experimenta la humanidad en sí mismo, lejos de inspirar admiración tan sólo pueden ser objetos de una trompetilla que suene más o menos así: prtrtrttrtrtrtrt y que les recuerde que de todo lo que pueden presumir, en la vanagloria que les hincha el garbanzo socialmente adoctrinado que atesoran dentro de una bóveda craneana,  es del ridículo elevado a la enésima potencia que hacen al menospreciar la espectacular posibilidad de poder brillar con luz propia en un cuerpo humano; para meterse en el aprieto de pasar a formar parte del deprimente espectáculo que ofrece el circo por el que desfilan las mezquindades que degradan a un ser humano; a la cualidad de esperpento. Como tanto lo de cucaracha como lo de ratero se lleva por dentro, en cuanto se sustituye sapiencia por ignorancia, trataré de trasmitir mediante la siguiente imagen el aspecto que podría tener una persona que se considere a sí misma como un aborto de la naturaleza y por tanto, no sienta ni el más mínimo deseo de ponerse en contacto con una fuente de dicha que le permitiría experimentar la diferencia entre ser humano y aborto de la naturaleza.



Si quien lea esto se considera a sí mismo como una vil sabandija comparable con el taimado ratón Pérez o con la pretenciosa cucaracha Martina permítame prevenirle en cuanto a que, como dijera un tal  León Felipe: "Yo sé muy pocas cosas, es verdad. Pero me han dormido con todos los cuentos... y ya me sé todos los cuentos" de manera que si pretende aletargarme a mí o arrullarse a sí mismo con alguna fantasía que justifique el que un ser divino, insista en menospreciarse a sí mismo al punto de comportarse como un despreciable bicho o una roedora alimaña, si fuera capaz de pensar por sí mismo mejor piénselo de nuevo. Y si se diera el caso de que este artículo cayera en las inmundas garras de un Don Rata Pérez o en las mugrosas patas delanteras de una Doña Martina de Pérez, culmino con una cita extraída de la letra de la canción «When the Music's Over» que fuera interpretada por Jim Morrison y que espero… les pueda servir de advertencia antes de que sea demasiado tarde para convertir en irreparable; una calamidad que bien se pudo remediar al menos mientras que un aliento reavivara un pedazo de carne con ojos y humana apariencia: "Cuando otras personas esperan de nosotros que seamos como ellos quieren, nos obligan a destruir a la persona que realmente somos. Esta es una forma muy sutil de matar. La mayoría de los padres cometen ese crimen con una sonrisa en los labios".  Y si no es mucho pedir… les pido que tengan en cuenta, sin fingimiento alguno, lo que se expresa en esta imagen que tiene como objetivo el de cerrar este artículo con broche de oro.