Wednesday, March 17, 2010

“Chang-Chong y el ruiseñor.”


 En un país del lejano Oriente hace ya muchos milenios, vivió en un lujoso palacio un poderoso Emperador que por la fuerza, había usurpado el trono al soberano anterior. Con mano dura gobernaba a su pueblo, controlando desde su espíritu, hasta su libertad de expresión, nadie se atrevía a desafiar su poderío ni a competir con su ilustrada educación porque todos suponían, que por tener mucha sabiduría había podido obtener tanto poder, el Emperador Chang- Chong.

  Como un rey Midas, pero en estilo oriental, todo lo que sus manos tocaban se hacía polvo, por lo que evitaba a toda costa el estar en contacto con los demás, por temor a quedarse sin súbditos que a su paso, inclinaran la cabeza, en señal de obediencia y absoluta sumisión. Ni siquiera a sus generales podía abrazar Chang- Chong, una porque no tenía tiempo para hacerlo entre tantas y tan variadas actividades, que reclamaban su atención y otra, porque sabía que de hacerlo, toda su jerárquica  clase dominable que lo sostenía en el poder, estaría en peligro de extinción.

  Mucho tiempo pasó Chang-Chong, entretenido y ocupado en extender sus dominios, sin preocuparse en lo absoluto por las víctimas que a su paso dejaba su ambición de grandeza y poder, pero llegó el día en que el poderoso Chang, sintió un enorme vacío en su corazón. Intentó tocarse el pecho con una de sus manos, pero inmediatamente recordó el poder que estas poseían de convertir en polvo todo lo que tocaran, y lo evitó. Casi no podía escuchar el sonido, pero algo le urgía a hacer un esfuerzo para poder sentir que aún algo había que latía en su interior.

  Chang-Chong, que todo lo tenía, no podía tocarse su propio corazón así que mandó a reunir a todos sus consejeros para que le buscaran una solución a este problema, que con el paso de los años, logró atrapar su atención en mayor medida de lo que lo hizo su ambición desmedida. Muchos grandes pensadores se rompieron la cabeza, tratando de encontrar una solución para el problema de Chang, el emperador, sin obtener resultados ni siquiera medianamente satisfactorios,  para resolver tan nefasta situación. Uno de ellos aconsejó que se pusiera guantes, pero al contacto con sus manos, los guantes perdieron su natural función y se convirtieron en polvo, a otro se le ocurrió inventar unas gotas que aumentaban el sonido de los latidos del corazón del emperador, pero el poderoso monarca no estaba interesado en escuchar los latidos del llamado órgano del Amor, sino en sentirlo. Todo lo intentaron los sabios consejeros, hasta con canciones  y diversos lujos, procuraron desviar su atención, pero además de poderoso, era muy terco Chang-Chong.

  Alguien que se enteró del problema del soberano Chang, quiso acudir en su ayuda y fue al palacio a solicitar audiencia. Este hombre, no traía consigo más que una pequeña planta espinosa que en una maceta llevaba, pero muy resueltamente se acercó a uno de los centinelas del palacio y le dijo:

-         Decid al Monarca que yo tengo la solución a su problema pero que necesito que antes,  me dé su total aprobación. Sólo la verdadera confianza puede curar su mal y para sentirla, tiene que primero tocarse el corazón. Confío en que esta planta mágica pueda llamar su atención, para que supere su triste y solitaria búsqueda del sentir que el pensar,  no puede sustituir.

  En poco tiempo, Shushing, que así se llamaba aquel que se había brindado humildemente a ayudar al soberano, se encontró ante la imponente figura de Chang-Chong, que mirando despectivamente a su súbdito le espetó sin vacilación y con prepotencia:

-         Muchos sabios han tratado de ayudarme sin lograr resultado alguno y ahora apareces tú, con una planta espinosa creyendo que ella puede evitar que me convierta en polvo, si es que me atrevo a sentir con mis propias manos, como palpita la vida en mi interior. Procura convencerme porque las plantas espinosas, como te habrás dado cuenta, no figuran entre las que son de mi predilección. Así que procura ser claro y conciso que no tengo tiempo que perder con ciudadanos de poca monta, que no merecen mi atención. Tengo cosas más importantes que hacer- y con esto terminó su discurso el Emperador.

-         No es una planta cualquiera, gran soberano del mundo,- con humildad le respondió Shushing-  esta plantita es un rosal  que da una hermosa rosa; capaz de impresionar con su delicado aroma, al olfato más exigente de su Imperio. Pero eso no es todo. En este país hay un tipo de ruiseñor que sólo canta en las ramas de este rosal. Es ese el que debe atrapar su atención. La rosa sólo es una excusa para que esta bella ave, pueda entonar su dulce canción de amor. Por eso la planta se protege con sus espinas, porque no florece para que alguien la toque sino para ofrecer su aroma; a cambio del dulce trinar del ruiseñor.

 Impaciente el soberano ante lo que él consideraba pobre palabrería inútil, urgió a Shushing a que explicara mejor lo que significaban la rosa y el ruiseñor. Él no podía ver la relación que podían tener esas cosas con el vacío que sentía en su interior y ni siquiera podía imaginar el valor de una rosa, mucho menos el de una simple avecilla que ni siquiera se había dignado a visitarlo en su palaciego balcón.

-         Si lo que estás buscando, poderoso Chang-Chong, es que tus manos pierdan su poder para que puedas tocarte y sentir a tu corazón, es imprescindible que escuches, el canto del ruiseñor. Sólo con eso podrá abrirse una puerta en tu interior que permitirá pasarle a tus manos, un poder que ni siquiera la más desenfrenada imaginación podría concebir. Pero antes tienes que ocuparte del rosal personalmente, aunque sólo veas las espinas recuerda que ellas son parte de la rosa y que una vez que de la planta brote la flor, estará asegurado el canto del ruiseñor que te liberará un poder interior.

  Chang-Chong se quedó muy pensativo pero aceptó, con la condición de que le pagaría a Shushing según los resultados obtenidos. Al escucharlo este se encogió de hombros y le entregó el rosal al Emperador, con una inclinación de cabeza y sin decir más palabras, se esfumó ante la vista del soberano que sin perder el tiempo llevó la maceta a su habitación y colocándola en un lugar donde le diera bien el sol, se dedicó a regarla. Al principio sin muchas ganas pero esta labor cotidiana con el tiempo, logró captar algo más que su atención pues la esperanza de ver la rosa, aspirar su perfume y escuchar al ruiseñor era más importante, que el más importante de los asuntos de su reino. Esto se trataba de Él, del mismísimo emperador.

   Y el día esperado llegó, una fresca mañana de primavera de la espinosa planta, retoñó una  flor cuyos encarnados pétalos cerrados, traían una promesa  de dicha al impaciente Chang-Chong. Algo parecido a la alegría comenzó a brotar de su interior pero no había que entusiasmarse, pues todavía no aparecía el ruiseñor al que ella ofrecería la belleza y el perfume que Dios había puesto en su interior.

  Ese gran día, estaba muy impaciente el poderoso señor, su sed por sentir latir la vida desde su mismo interior, se hacía más poderosa a medida que pasaba el tiempo y toda su atención,  se centraba en ver a la rosa y escuchar el trinar del ruiseñor. Un  nuevo sentimiento, quizás la intuición; le aseguró que algo bueno y gratificante le traería tanto una como el otro y en esto pensaba, cuando en un instante la rosa se abrió. Su aroma, sutil y embriagador, inundó pronto toda la habitación y bastaron unos pocos segundos para que apareciera, posado en una de sus ramas; el sencillo ruiseñor cuyo canto tuvo el  poder de despertar la compasión y llenar de lágrimas los ojos del poderoso pero insensible Chang-Chong.

  Ya no pudo pensar el dignatario en cristalizar con conceptos, esa nueva sensación que anunciaba la paz en su interior. Nada de lo que él sabía podía explicar esa nueva emoción, así que se relajó y sintió por primera vez lo que era ver y escuchar con su propio corazón. Tan dichoso se sentía Chang, que olvidó que era Chang-Chong, el Emperador. El ruiseñor había infundido su  magia en él y con confianza puso las manos sobre su corazón, viendo con mudo asombro que su cuerpo mantenía su naturaleza carnal y luego…explotó de dicha el viejo y caduco Chang-Chong. Algo espléndido le sucedió, porque en un instante entendió  que a pesar de las espinas, esa flor era bien importante pues su presencia atraía la posibilidad del dulce y hermoso canto del pájaro, que  liberaba un sentimiento alado.

 A partir de ese día ya nunca fue más el prepotente y temido Chang-Chong. Fue Chang quien con humilde actitud,  fue a buscar a Shushing para pedirle perdón por haberlo subestimado con su ignorancia en la ocasión anterior. Pero Shushing siempre tuvo amor en su corazón,  por lo que nunca culpó de nada a Chang cuando era Chang-Chong.  Y se sentía agradecido de haber podido ayudar al Chang que ahora, con un corazón sincero;  podía  escuchar desde su interior  fluir con alegría y frescura, el dulce y armonioso canto que  sin condiciones, el amoroso canto del ruiseñor le ofreciera.

No comments:

Post a Comment