Saturday, December 19, 2009

LO QUE ME INCLINA A ESCRIBIR, SIN ESPERAR A QUE ME ENTIENDAN.

 Buscando en Wikipedia el significado de una palabra, encontré esta frase de un piloto profesional de Fórmula 1: «"No puedo vivir en una isla de prosperidad, cuando estoy rodeado de un mar de miseria". ». Y no pude evitar pensar en esas personas que viven con indolencia y como si no les afectara en nada, la situación en la que actualmente se encuentra la raza Homo sapiens como consecuencia de insistir, en las diferencias entre los seres humanos e ignorar que el ser humano; independientemente de la clase en la que una sociedad lo encasille, forma parte de una misma Creación. De manera que lo que se haga a sí mismo, será lo que le haga a los demás, y de lo que lleve adentro, será de lo que le podrá ofrecer a un semejante.


 Por aquello de que una cosa puede llevar a la otra, me acordé a alguien que presumía de poseer una humildad a prueba de bomba y que además de suministrarme consejos, me exigía que los siguiera al pie de la letra. A veces podía hacerlo porque se referían a cosas simples que incluso, ya hacía desde antes; pero otros no podía seguirlos porque mi corazón me indicaba lo contrario, y entre el deseo de mi corazón y lo que otra gente me sugería, mi madre me repetía desde muy pequeña que era a mi corazón; a quien debía obedecer.

 Este argumento que provenía de alguien de cuyo amor, nunca tuve motivos para dudar; no le parecía suficiente a ella y a menudo se tomaba muy a pecho el que yo prefiriera guiarme por mí, en lugar de hacer lo que ella me indicaba. Siempre he creído que la semilla de la amistad germina, florece y fructifica, solo en un ambiente donde uno puede ser sin pretensiones y en el que la sinceridad no se interpreta como impertinencia y la generosidad no significa entregar de uno mismo, lo mínimo o lo peor. Precisamente por eso es que en toda mi vida solo he contado con dos verdaderos amigos: mi madre y mi Maestro.

 Pero continuando con esa persona, resulta que me insistía mucho en que finalizara con una relación que me restaba tranquilidad y alegría, y en eso yo también coincidía con ella además de que apreciaba, su preocupación por mi estado de ánimo. Lo que ella no podía ver desde su posición de amiga, era que lo que sentía yo por la persona de la que ella insistía que me separara, no coincidía con lo que sentía mi amiga hacia esa persona. Por eso a ella le era más fácil intentar separarme a mí de la experiencia que yo estaba viviendo, que a mi alejarme de alguien que amaba sin la condición; de que me amara a mí de la misma manera.

 Llegó el día en que mi negativa a poner en práctica sus amigables indicaciones, le pareció como un insulto a su inteligencia. Me lo fue haciendo saber de varias maneras pero, sin atreverse a decirme simplemente que ya no deseaba mi amistad debido a mi insistencia; en hacer lo que mi sentimiento me impulsaba a hacer; en lugar de lo que ella me indicara. Captando las indirectas me fui alejando hasta que un día, coincidimos en un lugar y después de saludarme con una hipocresía, pésimamente disimulada; me preguntó lo que había hecho ese fin de semana.

 Sabiendo que eso a ella no le importaba en lo absoluto pero intentando hacerle llegar un mensaje, que me constaba ella aún no había captado; le comenté que una persona que ella conocía por referencias, y que por muchos años había obedecido a un patrón de conducta bastante autodestructivo, me había visitado para informarme que un médico le había diagnosticado cáncer. Mi ex amiga, sabia de las tantas ocasiones en las que yo había auxiliado a esa persona y cuantas veces le había recomendado escuchar a alguien que podía ayudarla a verse a sí misma (y a su autoestima) de una manera más elevada y real. Aun así no pudo evitar poner una expresión de mártir y exclamar:- ¡Ay, pobrecita!- , refiriéndose claro está, a la persona a la que le habían diagnosticado el cáncer. Aunque a mí me pareció que se lo decía a ella misma.

 Esa amiga que no soportaba que uno tuviera una perspectiva de un asunto, muy diferente a la suya; no sabía que, según me había podido demostrar mi madre desde que yo era una niña y tal como constantemente su Maestro le repetía a ella, ningún ser humano es pobre por naturaleza sino que empobrece a su alma, cuando no puede contemplar la inmensa fortuna que lleva adentro. Y sabía que dicha ceguera sobrevenía de tratar de perseguir tesoros, que el tiempo finalmente convertirá en polvo. Supuestamente también coincidía con William Shakespeare, en que la ausencia de discernimiento humano en los que aparentaban ser lo que no eran, se debía a que: «En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser ».

 De saber, sabía mucho pero no  como para poner en práctica, aquello que presumía saber y como no es de amigos dejar a los amigos en la ignorancia porque esta, siempre los dejará en ridículo; cuando me preguntó acerca de lo que le dije a la invitada que llegó sin anunciarse, le contesté:

 - Pues aunque sé que esto a ti no tiene por qué importarte e intuyendo que no te va a gustar nada, le dije que había ido a buscar lástima al lugar equivocado porque el poder que residía en mi y que me ofrecía salud mientras que yo la aceptara; era el mismo que habitaba en ella mientras que ella, elegía hacer de su vida todo un melodrama imposible de soportar. También le recordé las muchas ocasiones que le recomendé escuchar, al mismo Ser Humano que tú escuchas. Y entre otras cosas, que escuchó porque le dio la gana y no porque yo la obligué, además le dije que debería estar satisfecha de comprobar que el poder que se ocupaba de ella, para que disfrutara y agradeciera la vida finalmente, había accedido a ayudarla para finalizar lo que ella comenzó; con varios intentos de suicidio. Así que en lugar de pobretearte - le seguí diciendo- y ofrecerte frases de consuelo que no tendrán el mismo efecto de una quimioterapia, ni provocarían el mismo impacto que tendría el que te aceptaras a ti misma; te voy a felicitar pues finalmente lograrás lo que siempre has querido que es: atraer la atención de los demás mediante la lastima y de paso, darás por garantizado que perderás una vida por la que no has sentido el menor aprecio; como lo has demostrado tantas veces.


 Mirando la expresión de la dizque amiga, deduje que lo que le había dicho a la que se había invitado a mi casa; le había venido a ella como anillo al dedo o sea, que se dio por aludida. Después de tragar en seco me miró como si yo fuera una araña antes de escupir: - Me parece una falta total de piedad de tu parte y un gesto que demuestra, un exceso de importancia personal- . Como sabía que su opinión provenía, de una parte de ella que ignoraba que la lengua estaba conectada al cerebro, le sonreí a la vez que escuchaba una voz amiga que me decía: la sinceridad es como un espejo que le devuelve a cada cual; la imagen que tiene de sí mismo. Algo que está muy claro que la hipocresía no puede hacer, dada su falsa y mugrienta condición.

 Como la paciencia es un recurso infinito, me quedó suficiente para contestarle: - Ya lo dijo el gran Federico Nietzsche: « Y el hombre en su orgullo creó a Dios, a su imagen y semejanza». La sola mención de esta simple frase, hizo que apretara los labios, se moviera en el asiento como si algo le incomodara y tal vez, que se le frunciera otro ojo que no queda precisamente en el entrecejo; pero antes de que la espuma le saliera por una de las comisuras labiales y para despedirme concluí: - En el prólogo del libro “Rebelión en la granja” hay una frase del autor; George Orwell, que dice: “Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír”.

 Entiendo que el aliento vital que es lo que nos permite existir, no hace distinción alguna antes de penetrar tanto en esas personas que deciden tomarse la vida a la ligera y sentirse miserables; por darle más valor a otras cosas que no le garantizan la vida como el aliento lo hace; como al entregársele a otras que no andan comparando sus vidas con otras vidas y que se sienten afortunadas simplemente por ser lo que son. Y estando en deuda con cada uno de los que al aceptarme, me permitieron existir sin exigirme nada a cambio; por más afortunada que me sienta tengo que aceptar que, como dijera ese piloto de carreras antes de morir: «"No puedo vivir en una isla de prosperidad, cuando estoy rodeada de un mar de miseria".

 Y es eso es lo que me inspira a escribir sin esperar a cambio, que el lector comprenda el sentido de mis palabras y que además, concuerde con el mensaje que estas procuran trasmitir. Escribo porque lo disfruto y sabiendo que al hacerlo, me arriesgo a expresar algo que si fuera un traje no faltaría quien lo encontrara; hecho a su justa medida. Supongo que algo así pensaba el dramaturgo y actor francés Molière, mientras que escribía su famosa obra “El Avaro”. Este célebre escritor fue el mismo que, no satisfecho con la mordaz crítica que recibió de la gente codiciosa y cicatera de su época, también se atrevió a afirmar que: "La hipocresía es el colmo de todas las maldades.", sabiendo muy bien que los hipócritas andaban por montones y se aparecían por donde quiera e incluso; en las altas esferas del poder. Y es que la hipocresía desde ese entonces, ya estaba considerada como una norma de cortesía y un método infalible, para poder disimular la falta de confianza en uno mismo.

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