Saturday, June 26, 2010

SIN TRAMPAS NI ENGAÑOS.

 Cuando mi Maestro les habla a las personas de corazones sinceros pero mentes lelas, les advierte que si quieren conocerse a sí mismas, él puede ayudarlas con sumo gusto pero sólo si reciben el Conocimiento que él regala; sin trampas ni engaños. Como él, también yo he tenido que ver los rostros de aquellos que no entienden de lo que él está hablando, pero igual quieren de lo que él está dando. Por eso en sus mismas caras de idólatras necios, este hombre sencillo que me honra con su sincera amistad, hace esta historia sobre un hombre que iba caminando y ve esta fila de personas recibiendo Darshan. Ignorante de lo que era eso y creyendo que le vendría bien cualquier cosa que le regalaran, se puso en la fila y al llegar frente al gurú (Ser que te lleva de la oscuridad a la luz) puso sus manos como un cuenco para recibir lo que fuera que el Maestro Perfecto estuviera dando.
 Sorprendido el Maestro al notar que era un idiota que coge las cosas por cogerlas, agarró un mango que alguien le había regalado y se lo ofreció. El tipo salió contento con su mango e iba en dirección a su casa, cuando escuchó decir a alguien, que el hombre que le había dado el mango era un santo. Lo que en la India no indica a una persona canonizada por el Sumo Pontífice, de la Sinagoga Católica; sino a una persona que ha realizado el estado consciente en sí misma. Alguien que no se cree eso de que Dios está en el corazón de cada ser humano y luego cuando le reza a Dios mira para los celajes, sino aquel que se decide por buscar a Dios y encontrarlo en el lugar que le queda más cerca y está mejor localizado. Este idiota creyó que con ese mango, ya tendría asegurada la santidad y corrió feliz, al menos tan feliz como podía el infeliz tonto llegarse a creer.
 Al llegar a su casa preparó un altar con tela de encaje blanco, velas, inciensos y flores, y en el centro y en la parte superior colocó el mango. No tardó en asomarse el primer curioso y el idiota del mango le explicó todo el asunto del mango. El curioso que era igual de tarado, se postró ante el mango y empezó a correr la voz por el pueblo. Pronto había un montón de gente que iba a postrarse ante el mango y a escucharle la historia del mango al baboso. Hasta que un día el mango empezó a atraer a los bichos y comenzaron a verse los primeros indicios del deterioro natural. El tipo se desesperó porque, una vez que aquel mango se pudriera, su importancia personal se estrellaría contra el piso. Y trató de maquillar al mango pero finalmente ocurrió lo inevitable  y para los curiosos la historia del santo sin el mango con poderes mágicos, no tenía sentido. Los que se han sentido importantes alguna vez, gracias a dejarse llevar por opiniones que no parten de sí mismos; se ponen reacios a abandonar semejante pedo existencial. De manera que se lanzó a buscar al gurú, con la firme determinación de pedirle otro mango.
 Obviamente que a este pedazo de seboruco no lo guiaba en su empeño,  el sincero anhelo de un corazón hambriento que busca maná del cielo, sino saciar su deseo de recibir aprobación ajena a toda costa. Pues cualquiera sabe que la droga más poderosa no es la caspa del diablo, sino la fama. Una vez que el ser humano deja de sentirse atraído por su propia esencia que de más está decir, es divina; es lógico que precise hasta lo indecible de que los demás se enfoquen en él o en ella, en dependencia de si se tratan a sí mismos como los machos o como las hembras del rebaño bobino. Los lobos disfrazados de carneros que lo saben, enseguida los reclutan por eso de que el diablo sabe más por viejo; que por haber crecido y madurado. Pero este idiota no buscaba a esos pastores sino más bien a una persona, que no necesitaba rebaño y por tanto, podía salvarlo de caer en las fauces del lobo feroz.
 En su bendita estupidez tuvo la suerte de encontrarse con el gurú nuevamente y le hizo la historia del mango. A la gente ordinaria que hace de la vulgaridad un arte y de la hipocresía una norma de conducta, no les cuesta ningún trabajo establecer contacto entre sí porque se guían por las mismas pendejadas y tienen el mismo grado de superficialidad. Pero para alguien acostumbrado a oler el perfume de Dios, estos pomos vacíos de esencia apestan. Más la Suprema Conciencia, tiene también la soberana gracia de la compasión infinita y el gurú después de escucharle al idiota toda la babosada le dijo:
-         “Mira, si hubieras sabido lo que hacer con un mango te lo hubieras comido y luego habrías aprovechado la semilla, para sembrarla en tu patio y un día, habrías tenido el placer de disfrutar no de uno, sino de muchos mangos. Así que si no sabes lo que hacer con un mango, tampoco yo tengo absolutamente nada que hacer contigo”.
 Esta historia mi Maestro la hace una y otra vez ante personas tan tontas, como este tipo del mango y él las puede ver sonreír como si no fuera con ellas siendo que es a ellas mismas , a quienes va dirigida la historia. Es como si usted le estuviera diciendo a su hijo en la cara: - - “Mira hijo, ya sé que me reconoces, que estás agradecido y que sabes exactamente quien soy; pero tú no quieres seguir mi ejemplo porque prefieres ser un pobre neurasténico. Y yo en eso no puedo ayudarte porque sobre mi mente mando yo, y se supone que seas tú, el que deba decidirse al respecto. Así que con todo mi amor te aconsejaría que vayas a verle la cara de pendejo, a cualquiera de tus amistades que te conocen  a ti tanto; como se conocen a sí mismas”. Y luego de hablarle con tanta claridad le escucharas decir al chamaco: -“Gracias apá, a partir de ahora lo voy a hacer mejor para que me sigas queriendo”-. No soy tan buena calculando pero calculo que para soportar tanta babosada, se requiere de una paciencia infinita.
 En mi vida el único problema ha sido la paciencia. Y desde pequeña para ayudarme con eso, mi madre me dio increíbles pruebas de paciencia. Yo siempre le decía que no iba a poder emularla porque yo era muy mula, pero ella me recordaba que paciente era cuando me quedaba sentada escuchando con atención,  todas las babosadas de mi padre biológico y también cuando soportaba a mi abuela materna enseñándome toda la mitología yoruba con rituales incluidos. Siendo que yo no tenía el más mínimo interés ni en lo uno, ni en lo otro. Pero de alguna manera me fui practicando sin saberlo, hasta lograr que la que antes perdía los estribos repentinamente, fuera capaz de alternar con toda clase de hipócritas. Los hipócritas todos son de la misma calaña pero se dividen en: clase baja, clase media y clase suprema hipócritamente hablando.
 Si tenemos en cuenta de que mi madre me usaba como medidor, cuando tenía dudas respecto al grado de sinceridad de alguna supuesta amistad, entonces no es difícil suponer el esfuerzo que me llevó aprender a controlar el píloro que antes, se descomponía inevitablemente ante la fetidez que emite lo que no es auténtico. Sucede que cuando la amistad era falsa, inmediatamente le devolvía el contenido de mi estómago en sus zapatos. Mi madre me decía después que ese había sido un viaje ácido, porque me había hecho devolver el jugo gástrico que como cualquiera sabe, es un líquido claro segregado en abundancia por numerosas glándulas microscópicas diseminadas por la mucosa del estómago y que contiene: agua, ácido clorhídrico y enzimas. Ella todo me lo explicaba en detalles porque de niña, ella era una superdotada de esas que con tres años ya saben leer, escribir y le dicen la verdad en la cara a cualquiera, sin medir las consecuencias. Más tarde supe que lo que me sucedía era simplemente que hacía alergia a la hipocresía. Pero decirme eso habría sido para ella una vulgaridad, de manera que me lo puso todo como si fuera un viaje de ácido clorhídrico. Algo muy propio de su ingenio que era incalculable.
 Como hacen las personas para adaptarse a la fetidez de un chiquero, que tengan cerca de sus casas, también yo pude adaptar a mi píloro a la regla de urbanidad socialmente establecida pero resulta, que no puedo controlar a mi sistema digestivo. A no ser a la entrada y a la salida que es donde tengo el mando a menos, hasta tanto pueda controlar los esfínteres. Por eso me he tenido que retirar de ciertos lugares a pesar de que si no es bien como la he estado pasando, al menos me he podido sentir mínimamente apreciada. Es una pena porque me encanta intercambiar impresiones pero en ese intercambio y dado mi problema con el píloro; puede ser que caiga en un viaje ácido y le taladre a alguien la falsa modestia. Y mi mamá me enseñó buenos modales al insistirme en que a los locos, lo mejor era seguirles la corriente mientras que uno se ocupa de mantenerse lúcido. Pero también me advirtió que si no iba a graduarme como Psiquiatra, entonces no tenía que ponerme la bata y lo mejor era que dijera: “Guajacones pa la orilla” o “Atrás fariseos”, antes de que los neurasténicos le pusieran un precio a mi cabeza.
 Como sólo le brindo honores a quien honor merece, me hice a mi misma el favor de entender profundamente lo que quería decir el Maestro Perfecto, cuando repetía que debía acercarme a Él libre de trampas y engaños. Y me lo agradezco profundamente porque así cuando le estoy escuchando y Él pueda verme; tendrá la satisfacción de ver a alguien que no tiene dibujada en el rostro esa tonta sonrisa del tonto, que no necesita conocerse a sí mismo porque, sabe el puerco donde se unta y sabe cada cual que hacerse pendejo no reditúa. Si estos que lo miran sin verle con el tercer ojo y le escuchan sin comprometer a sus trompas de Eustaquio en ello,  supieran realmente el supremo esfuerzo que hace el Maestro Perfecto, al menos en verdad prestarían atención a sus palabras. Yo que sigo teniendo el mismo problema con mi píloro que tuve de chica, lo sé y por eso desde el fondo del corazón me sale decir: ¡Gracias Maharaji!  Si no fuera por ti no sabría cómo quitarme ese fardo de encima.

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