Saturday, October 13, 2012

¡HASTA AQUÍ LA CLASE!


No sé si la infinita estupidez que describe a un ser humano cuya dignidad haya descendido hasta ponerse al mismo nivel que la de un borrego que necesita de un pastor que le guíe y que de paso… le trasquile toda la lana, alcanzará entender si es que alguna vez la haya escuchado, el significado de la frase que dicha en francés se escribe: “noblesse oblige” y traducida al castellano viene siendo como: “la nobleza obliga”. Y la nobleza, como un sentimiento que glorifica la esencia de un ser con humana apariencia, no se supone que le obligue o lo empuje a uno a comportarse como un vil gusano destinado a arrastrarse por el lodazal de las humanas miserias y que para sentirse importante, necesita humillar a todo lo que tenga el potencial para convertirse en mariposa. La nobleza entonces no puede ser, de ninguna manera, esa enfermiza necesidad que tienen unos extravagantes y miserables clasistas que sólo en poseer mundanas riquezas y poder efímero viven enfocados (si es que a eso se le puede llamar vida), de ver al resto de los especímenes de la especie Homo sapiens como si estos fueran reses de un rebaño que ellos, por supuestamente haber nacido con una gema preciosa insertada en la abertura anal, tienen el derecho a gobernar a antojo y capricho de la desbocada megalomanía que exhiben con la mayor desfachatez. 



Debido a que los desquiciados mentales no tienen como hobby el de leer tratados de psiquiatría, me permito señalar que la megalomanía no es ni más ni menos que la manía que tiene cierto tipo de personas de sentirse miserables y para contrarrestar dicha enfermiza tendencia a subestimarse a sí mismas, utilizan como recurso el de fantasear con una grandeza cuya carencia se les nota por encima de cualquier manto de armiño simplemente porque con clase se nace y los que no son del género Homo sapiens pero tratan de aparentarlo, no pueden ser de la clase de los mamíferos ya que por sus desprestigiadas obras se nota que tras la humana apariencia se oculta un reptil capaz de hipnotizar a un ser humano; hasta hacerle creer que en lugar de un ser divino con libre albedrío, es más bien un aborto de la naturaleza destinado a ser esclavo de unos rastreros miembros de la clase de los REPTILES que dicen tener sangre azul, por la simple razón de que es ese el cianótico estado del plasma de quienes respiran sin saber que ya están muertos. Por si la descripción escrita no resultara suficiente, coloco bajo este texto una imagen que tal vez le resulte impactante al menos, a quien le haya dado al entendimiento más valor que a lo que sea que se pueda comprar con dinero.


No confío últimamente en el entendimiento de quienes están más llenos de conceptos, que del amor del que se llenaron cuando respiraron en este mundo su primer aliento, por lo que me permito colocar en esta publicación una imagen que por cierto, dice más que toda la palabrería demagoga de cualquier politiquero con complejo napoleónico o que todos los embaucadores sermones de cualquier representante de un dogma religioso que no instituyera, dicho sea de paso, el maestro perfecto al que dicen representar aunque eso ya de por sí es la blasfemia de blasfemias.


Esta imagen que demuestra la demagogia de un supuesto líder de masas y que supura la misma hipocresía que destilaba esa ideología representativa de una llamada “raza de víboras” que otro tiempo, iguales de oscurantistas y decadentes que los que corren, enviara a la crucifixión al maestro vivo de esa época, me recuerda lo que no es y ni remotamente se parece, a esa nobleza que va mucho más allá de una mera apariencia, que obliga a mirar  los ojos de un ser humano para poder reconocerse uno mismo en ellos y que por ende; enaltece la dignidad de un Ser que, ya sea que haya nacido en cuna de oro o en pesebre, constituye el contenido de una vasija de barro que del polvo ha venido y hacia el polvo volverá.

Abismalmente diferente dicha nobleza que dicho sea de paso, identifica al corazón de cualquier ser humano, con esa otra dizque “nobleza” que destila megalomanía por cada uno de sus poros y que caracteriza a cualquier aborto de la naturaleza que crea ser un animal superior sufriendo un manifiesto complejo de inferioridad. Esto explica el que ordinariamente miren a otros que no son de la misma clase de culebras a la que ellos parecen pertenecer, por encima del hombro y que, para poder sentir que se pueden tirar un pedo algo más alto que la abertura anal con la que tienen conectada la materia gris, necesitan que se les reverencie. Aquellos que no entienden tan inconcebible, desmedida y fatua pretensión de un pedazo de carne con ojos con una  autoestima calidad escupitajo de borracho, deben comprender ese sabio proverbio que afirma eso de que: “aquel que no tiene lo que tiene que tener, no le queda más remedio que presumir de lo mismo que carece”. Y cuando la grandeza no procede del corazón que, no por casualidad sino benditamente,  es donde mismo habita la nobleza que no depende de la cantidad de bisutería y falsos títulos que uno haya podido acumular durante su fugaz existencia en este plano terrenal, entonces es una grandeza postiza que como todo lo ficticio, precisa de retoques y de amaneramientos que exhiben una vulgaridad que colinda con lo ridículo, ya sea que el arrogante perciba su falsedad desde su infinita estupidez o prefiera dejárselo a su absoluta inconsciencia para poder morir como un perfecto cretino.


Si quien sea que pose sus pupilas en este artículo, no sabe aún que en el planeta que holla con las plantas de sus pies al menos mientras respire, existe una diferencia de clases sociales que proviene de esa monomanía que nace de un profundo complejo de inferioridad más conocida como delirio de grandeza y que personifica lo que un famoso psicoanalista denominara por su similitud con la perturbación mental que sufriera un famoso autócrata: complejo napoleónico, permítame señalarle que su ignorancia al respecto puede hacer una marcada diferencia entre una dignidad intachable y otra que puede ser confundida con una alfombrilla destinada a que un marrano, absolutamente orate y corrompido absolutamente por el poder absoluto, se limpie sus marranas extremidades inferiores. Ya que en la educación académica que inculcan en este mundo donde se considera a la hipocresía como norma de conducta, no destacan la diferencia que existe entre la nobleza que no depende del tipo de cuna ni de árbol genealógico alguno, y la que se adquiere mediante clasistas títulos que avalan una absoluta ausencia de los más elementales escrúpulos humanos que se trasmite de generación en generación, tendré que señalar que es la codicia, despreciable sentimiento que refleja la insatisfacción del que lo alberga y alimenta en su interior, la aberrante arquitecta que puede transformar a un ser humano, en esencia divino, en un déspota y petulante verraco que se siente orgulloso de andar en dos patas mientras que cumple  con el propósito de un lechón que no puede ser otro que el de convertir este planeta en un CHIQUERO CÓSMICO.
 

No encontré una imagen que representara con más lujo de detalles, a esa ridícula extravagancia conocida también con el calificativo de “complejo napoleónico” que maquilla de marrano, a cualquier vulgar dictador corrompido por un poder que dura, a los ojos de la eternidad, lo que un merengue a la puerta de un colegio, y, aunque le falta al verraco de la foto el ridículo tricornio que usara el otrora emperador francés, espero que igual sirva para recordarle al ególatra que esté leyendo este artículo que: “todo Napoleón encuentra su Waterloo”. Si deseara el lector profundizar en esta desquiciada tendencia tan típica de los actuales líderes mundiales, con excepciones que me gustaría nombrar pero todavía sigo buscando…, le recomiendo leerse “Rebelión en la granja” de George Orwell el mismo que señalara que: «Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír». Digo... si es tan afortunado de encontrar algún ejemplar en las librerías puesto que este tipo de literatura está catalogada, por razones obvias, de subversiva y como expresara Milán Kundera: "La cultura sucumbe bajo el volumen de la producción, la avalancha de letras, la locura de la cantidad. Por ese motivo te digo que un libro prohibido en tu país significa infinitamente más que los millones de palabras que vomitan nuestras universidades".

Por si no le resultaran tan obvios al lector, los motivos de que se condene por parte de la considerada “clase alta” más vulgarmente conocida por aristocracia, el poner de relieve la similitud entre un sórdido marrano y un verraco con apariencia humana, voy a dejar esta otra imagen que nada deja a la imaginación del que vive de sus puñetas mentales. Aclaro que el propósito de hacerlo es meramente didáctico así que no soy responsable de que algunas susceptibilidades queden heridas. Y como diría quien lo dijo: “AL QUE LE SIRVA EL CHALECO…QUE SE LO PONGA”.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                
Teniendo en cuenta que la raza Homo sapiens lleva poco más de diez millones de años haciendo de las suyas y demás marranadas, sobre la faz de esta Tierra; no considero una impertinencia poner de relieve que la nobleza de la que carecen aquellos que sustituyeron el amor propio por franca adhesión a  la avaricia, incluye una generosidad que obviamente brilla por su ausencia en aquellos personajes que emulan en tacañería; con el usurero que describe Moliere  en su famosa obra “El Avaro”. Y aunque hiera la susceptibilidad del miserable por cuenta propia  y con ello… me gane el desprecio del que repudia todo aquello que el dinero no pueda comprar, confieso que coincido con Averroes cuando afirmara que:"Cuatro cosas no pueden ser escondidas durante largo tiempo: la SABIDURÍA, la ESTUPIDEZ, la RIQUEZA de alma y la POBREZA de espíritu". Para confirmar dicha declaración, me permito insertar una imagen que representa a la roedora víctima de esa miseria humana conocida por AVARICIA ya que esta, constituye una muestra del indigente estado tanto de los que nadan en billetes mientras que presumen de un altruismo que no camina el trecho que va del dicho al hecho, como de los que alardean de una pobreza de espíritu al envidiar el miserable estado de un señor acaudalado que al calcular sus dizque riquezas, nos recuerda esa frase que se menciona en la obra “El pequeño príncipe” de Antoine de Saint Exúpery: “Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!”, lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!”.

A la altura de estas líneas, ya le debo haber herido la susceptibilidad a más de un mamerto con el ego más inflado que un globo de cantoya así que en lo que se desinfla un poquitín, aprovecharé para restregarle en su jeta la posibilidad de elevar su conciencia, AHORA, desde el despreciable nivel del TENER o el más deprimente aún que es el de HACER pero sin saber lo que uno está haciendo, hasta la excelsitud del SER que es, en definitiva y absolutamente, el que goza de la soberana potestad de hacer con su vida lo que dé su reverenda gana simplemente porque sabe, más allá de sus creencias, quien exactamente es y por tanto, tiene resuelto ese tan escabroso asunto de saber QUIÉN es QUIÉN. Porque vamos a sincerarnos, pasándonos por una buen vez esa tan hipócrita norma social de conducta por el arco del triunfo, y respondernos a nosotros mismos si en verdad nos gustaría o no, saber si estamos tratando con un ser humano o con un pobre mamarracho que aspira a ser persona algún día. Si es Ud. el mamarracho, entendería que su respuesta a dicha cuestión fuera negativa ya que lo que le conviene es que quien sea que se relacione con Ud., tampoco sepa de buena tinta el tamaño de su inconsciencia o para decirlo más despampanantemente… que no perciba el fenomenal desequilibrio mental que sufre y que a duras penas trata de disimular. Sé de las dificultades de una mentalidad socialmente adoctrinada para comprender lo que resulta obvio y teniendo en cuenta dicho impedimento, me he tomado la atribución de insertar esta imagen que puede resultar más explícita en lo que concierne a la importancia de saber con qué clase de gente uno trata, si las que se consideran seres vivos con una humana apariencia o la que se creen animales que son superiores por poder aparentar que son seres humanos.


Ojalá que el lector no se haya identificado con la adinerada mascota de la imagen pero una vez le escuché decir, a un supuesto amante de la verdad y fanático devoto de un admirable maestro, que su mayor anhelo era reencarnar en la forma de la mascota del maestro perfecto de su época y después de semejante declaración, no me extrañaría que de la jauría humana surgiera uno que otro gruñido. Afortunadamente perro que ladra no muerde así que prosigo con ese asunto de las clases sociales puesto que este, es un paradigma rancio, obsoleto y decadente que separa al ser humano de su verdadera naturaleza y al hacerlo, le impone la alienada condición de tratar de compensar el complejo de inferioridad con un desquiciado delirio de grandeza. Y aunque algunos alfeñiques con grandes ínfulas traten inútilmente de pasarlo por alto, es de todos sabido que esos elementos tan esenciales para el gozo del alma como son: la natural alegría de vivir, la gratitud por existir sin haber hecho nada para merecerlo, estar en paz con uno mismo, el amarse a sí mismo como la existencia ha demostrado amarlo a uno, entregarse por el simple placer de la entrega y dar de lo mejor de uno mismo sin esperar algo a cambio, no están al alcance de ninguna billetera por más forrada que esté de fardos de papel moneda.

Es por eso que podemos ver, a simple vista y si en verdad hay alguien asomado en las ventanas del alma, la diferencia que existe  entre el natural sentido del humor que caracteriza a las personas que gozan plenamente de su efímera existencia ya sea que posean o no  títulos nobiliarios o la suma de dinero que atraiga el interés pero no el amor, y la patética purulencia de esos pobres mequetrefes que insensatamente, ya que NO SABEN LO QUE HACEN, degradan su humanidad hasta convertirla en una alcancía. Y lo enfatizo a pesar de que en este plano, resultan ser una inmensa mayoría las nulidades que se creen la gran cosa, porque cualquiera puede coincidir conmigo en que no hay nada más desagradable que tropezarse con alguien que, independientemente del discurso que nos pueda ofrecer acerca del lujo que representa disfrutar del milagro de existir, a la legua se le nota lo de amargado, empachado y retorcido. Podría poner unas fotos que demuestren lo anteriormente afirmado pero para no buscarme más “enemistades”, espero que el lector se conforme con estos ajados rostros que demuestran las huellas que deja, más que el paso del tiempo, la inquina personal y la persistente insatisfacción con uno mismo. 
 

Una vez colocado en esta reseña, un espejo para que se pueda ver reflejada toda esa gente que a la vez que hace ostentación de lo que se desprecia a sí misma, cree ser de clase muy superior a esa otra clase de personas que naturalmente son ellas mismas y por tanto, no cometen la aberración de ensoberbecerse y  subestimarse al unísono; supongo que las palabras salen sobrando. Y si no sirviera este artículo para llamar la atención del que, dándose por aludido al verse reflejado en ese mugre arquetipo, prefiere sufrir un derrame biliar en lugar de ponerse a reflexionar respecto a la posibilidad de poder CAMBIAR tan atroz, aburrida y aberrante situación antes del último suspiro, entonces como último recurso le dejo con esta cita de un maestro por el que siento una profunda admiración y para despedirme le digo que: ¡Hasta aquí la clase!, que se acabó la tiza.    


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