No sé si la infinita estupidez que describe a un ser humano cuya dignidad
haya descendido hasta ponerse al mismo nivel que la de un borrego que necesita
de un pastor que le guíe y que de paso… le trasquile toda la lana, alcanzará
entender si es que alguna vez la haya escuchado, el significado de la frase que
dicha en francés se escribe: “noblesse oblige”
y traducida al castellano viene siendo como: “la nobleza obliga”. Y la nobleza,
como un sentimiento que glorifica la esencia de un ser con humana apariencia,
no se supone que le obligue o lo empuje a uno a comportarse como un vil gusano
destinado a arrastrarse por el lodazal de las humanas miserias y que para
sentirse importante, necesita humillar a todo lo que tenga el potencial para
convertirse en mariposa. La nobleza entonces no puede ser, de ninguna manera,
esa enfermiza necesidad que tienen unos extravagantes y miserables clasistas
que sólo en poseer mundanas riquezas y poder efímero viven enfocados (si es que
a eso se le puede llamar vida), de ver al resto de los especímenes de la
especie Homo sapiens como si estos fueran reses de un rebaño que ellos, por supuestamente
haber nacido con una gema preciosa insertada en la abertura anal, tienen el
derecho a gobernar a antojo y capricho de la desbocada megalomanía que exhiben
con la mayor desfachatez.
Debido a que los desquiciados mentales no tienen como hobby el de leer
tratados de psiquiatría, me permito señalar que la megalomanía no es ni más ni
menos que la manía que tiene cierto tipo de personas de sentirse miserables y
para contrarrestar dicha enfermiza tendencia a subestimarse a sí mismas,
utilizan como recurso el de fantasear con una grandeza cuya carencia se les
nota por encima de cualquier manto de armiño simplemente porque con clase se
nace y los que no son del género Homo sapiens pero tratan de aparentarlo, no
pueden ser de la clase de los mamíferos ya que por sus desprestigiadas obras se
nota que tras la humana apariencia se oculta un reptil capaz de hipnotizar a un
ser humano; hasta hacerle creer que en lugar de un ser divino con libre
albedrío, es más bien un aborto de la naturaleza destinado a ser esclavo de
unos rastreros miembros de la clase de los REPTILES que dicen tener sangre azul,
por la simple razón de que es ese el cianótico estado del plasma de quienes respiran
sin saber que ya están muertos. Por si la descripción escrita no resultara
suficiente, coloco bajo este texto una imagen que tal vez le resulte impactante
al menos, a quien le haya dado al entendimiento más valor que a lo que sea que
se pueda comprar con dinero.
No confío últimamente en el entendimiento de quienes están más llenos de
conceptos, que del amor del que se llenaron cuando respiraron en este mundo su
primer aliento, por lo que me permito colocar en esta publicación una imagen
que por cierto, dice más que toda la palabrería demagoga de cualquier
politiquero con complejo napoleónico o que todos los embaucadores sermones de
cualquier representante de un dogma religioso que no instituyera, dicho sea de
paso, el maestro perfecto al que dicen representar aunque eso ya de por sí es
la blasfemia de blasfemias.
Esta imagen que demuestra la demagogia de un supuesto líder de masas y que supura
la misma hipocresía que destilaba esa ideología representativa de una llamada
“raza de víboras” que otro tiempo, iguales de oscurantistas y decadentes que
los que corren, enviara a la crucifixión al maestro vivo de esa época, me
recuerda lo que no es y ni remotamente se parece, a esa nobleza que va mucho
más allá de una mera apariencia, que obliga a mirar los ojos de un ser humano para poder
reconocerse uno mismo en ellos y que por ende; enaltece la dignidad de un Ser
que, ya sea que haya nacido en cuna de oro o en pesebre, constituye el
contenido de una vasija de barro que del polvo ha venido y hacia el polvo
volverá.
Abismalmente diferente dicha nobleza que dicho sea de paso, identifica al
corazón de cualquier ser humano, con esa otra dizque “nobleza” que destila
megalomanía por cada uno de sus poros y que caracteriza a cualquier aborto de
la naturaleza que crea ser un animal superior sufriendo un manifiesto complejo
de inferioridad. Esto explica el que ordinariamente miren a otros que no son de
la misma clase de culebras a la que ellos parecen pertenecer, por encima del
hombro y que, para poder sentir que se pueden tirar un pedo algo más alto que
la abertura anal con la que tienen conectada la materia gris, necesitan que se
les reverencie. Aquellos que no entienden tan inconcebible, desmedida y fatua pretensión
de un pedazo de carne con ojos con una autoestima calidad escupitajo de borracho,
deben comprender ese sabio proverbio que afirma eso de que: “aquel que no tiene lo que tiene que tener,
no le queda más remedio que presumir de lo mismo que carece”. Y cuando la
grandeza no procede del corazón que, no por casualidad sino benditamente, es donde mismo habita la nobleza que no
depende de la cantidad de bisutería y falsos títulos que uno haya podido
acumular durante su fugaz existencia en este plano terrenal, entonces es una
grandeza postiza que como todo lo ficticio, precisa de retoques y de
amaneramientos que exhiben una vulgaridad que colinda con lo ridículo, ya sea
que el arrogante perciba su falsedad desde su infinita estupidez o prefiera
dejárselo a su absoluta inconsciencia para poder morir como un perfecto cretino.
Si quien sea que pose sus pupilas en este artículo, no sabe aún que en el
planeta que holla con las plantas de sus pies al menos mientras respire, existe
una diferencia de clases sociales que proviene de esa monomanía que nace de un
profundo complejo de inferioridad más conocida como delirio de grandeza y que personifica
lo que un famoso psicoanalista denominara por su similitud con la perturbación
mental que sufriera un famoso autócrata: complejo napoleónico, permítame
señalarle que su ignorancia al respecto puede hacer una marcada diferencia
entre una dignidad intachable y otra que puede ser confundida con una alfombrilla
destinada a que un marrano, absolutamente orate y corrompido absolutamente por
el poder absoluto, se limpie sus marranas extremidades inferiores. Ya que en la
educación académica que inculcan en este mundo donde se considera a la
hipocresía como norma de conducta, no destacan la diferencia que existe entre
la nobleza que no depende del tipo de cuna ni de árbol genealógico alguno, y la
que se adquiere mediante clasistas títulos que avalan una absoluta ausencia de
los más elementales escrúpulos humanos que se trasmite de generación en
generación, tendré que señalar que es la codicia, despreciable sentimiento que
refleja la insatisfacción del que lo alberga y alimenta en su interior, la aberrante
arquitecta que puede transformar a un ser humano, en esencia divino, en un
déspota y petulante verraco que se siente orgulloso de andar en dos patas
mientras que cumple con el propósito de
un lechón que no puede ser otro que el de convertir este planeta en un CHIQUERO
CÓSMICO.
No encontré una imagen que representara con más lujo de detalles, a esa ridícula
extravagancia conocida también con el calificativo de “complejo napoleónico”
que maquilla de marrano, a cualquier vulgar dictador corrompido por un poder
que dura, a los ojos de la eternidad, lo que un merengue a la puerta de un
colegio, y, aunque le falta al verraco de la foto el ridículo tricornio que usara
el otrora emperador francés, espero que igual sirva para recordarle al ególatra
que esté leyendo este artículo que: “todo Napoleón encuentra su Waterloo”. Si
deseara el lector profundizar en esta desquiciada tendencia tan típica de los
actuales líderes mundiales, con excepciones que me gustaría nombrar pero
todavía sigo buscando…, le recomiendo leerse “Rebelión en la granja” de George
Orwell el mismo que señalara que: «Si la
libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente
aquello que no quiere oír». Digo... si es tan afortunado de encontrar algún
ejemplar en las librerías puesto que este tipo de literatura está catalogada,
por razones obvias, de subversiva y como expresara Milán Kundera: "La cultura sucumbe bajo el
volumen de la producción, la avalancha de letras, la locura de la cantidad. Por
ese motivo te digo que un libro prohibido en tu país significa infinitamente
más que los millones de palabras que vomitan nuestras universidades".
Por si no le resultaran tan obvios al lector, los motivos de que se condene
por parte de la considerada “clase alta” más vulgarmente conocida por
aristocracia, el poner de relieve la similitud entre un sórdido marrano y un
verraco con apariencia humana, voy a dejar esta otra imagen que nada deja a la
imaginación del que vive de sus puñetas mentales. Aclaro que el propósito de
hacerlo es meramente didáctico así que no soy responsable de que algunas susceptibilidades
queden heridas. Y como diría quien lo dijo: “AL QUE LE SIRVA EL CHALECO…QUE SE
LO PONGA”.
Teniendo en cuenta que la raza Homo sapiens lleva poco más de diez millones
de años haciendo de las suyas y demás marranadas, sobre la faz de esta Tierra;
no considero una impertinencia poner de relieve que la nobleza de la que
carecen aquellos que sustituyeron el amor propio por franca adhesión a la avaricia, incluye una generosidad que obviamente
brilla por su ausencia en aquellos personajes que emulan en tacañería; con el
usurero que describe Moliere en su
famosa obra “El Avaro”. Y aunque hiera la susceptibilidad del miserable por
cuenta propia y con ello… me gane el
desprecio del que repudia todo aquello que el dinero no pueda comprar, confieso
que coincido con Averroes cuando afirmara que:"Cuatro cosas no pueden ser
escondidas durante largo tiempo: la SABIDURÍA, la ESTUPIDEZ, la RIQUEZA de alma
y la POBREZA de espíritu". Para confirmar dicha declaración, me permito
insertar una imagen que representa a la roedora víctima de esa miseria humana
conocida por AVARICIA ya que esta, constituye una muestra del indigente estado
tanto de los que nadan en billetes mientras que presumen de un altruismo que no
camina el trecho que va del dicho al hecho, como de los que alardean de una
pobreza de espíritu al envidiar el miserable estado de un señor acaudalado que
al calcular sus dizque riquezas, nos recuerda esa frase que se menciona en la
obra “El pequeño príncipe” de Antoine de Saint Exúpery: “Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha
olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie.
Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: “¡Soy un
hombre serio! ¡Soy un hombre serio!”, lo que le hace hincharse de orgullo. Pero
eso no es un hombre, ¡es un hongo!”.
A la altura de estas líneas, ya le debo haber herido la susceptibilidad a
más de un mamerto con el ego más inflado que un globo de cantoya así que en lo
que se desinfla un poquitín, aprovecharé para restregarle en su jeta la
posibilidad de elevar su conciencia, AHORA, desde el despreciable nivel del
TENER o el más deprimente aún que es el de HACER pero sin saber lo que uno está
haciendo, hasta la excelsitud del SER que es, en definitiva y absolutamente, el
que goza de la soberana potestad de hacer con su vida lo que dé su reverenda
gana simplemente porque sabe, más allá de sus creencias, quien exactamente es y
por tanto, tiene resuelto ese tan escabroso asunto de saber QUIÉN es QUIÉN.
Porque vamos a sincerarnos, pasándonos por una buen vez esa tan hipócrita norma
social de conducta por el arco del triunfo, y respondernos a nosotros mismos si
en verdad nos gustaría o no, saber si estamos tratando con un ser humano o con
un pobre mamarracho que aspira a ser persona algún día. Si es Ud. el mamarracho,
entendería que su respuesta a dicha cuestión fuera negativa ya que lo que le
conviene es que quien sea que se relacione con Ud., tampoco sepa de buena tinta
el tamaño de su inconsciencia o para decirlo más despampanantemente… que no
perciba el fenomenal desequilibrio mental que sufre y que a duras penas trata
de disimular. Sé de las dificultades de una mentalidad socialmente adoctrinada para
comprender lo que resulta obvio y teniendo en cuenta dicho impedimento, me he
tomado la atribución de insertar esta imagen que puede resultar más explícita
en lo que concierne a la importancia de saber con qué clase de gente uno trata,
si las que se consideran seres vivos con una humana apariencia o la que se
creen animales que son superiores por poder aparentar que son seres humanos.
Ojalá que el lector no se haya identificado con la adinerada mascota de la
imagen pero una vez le escuché decir, a un supuesto amante de la verdad y
fanático devoto de un admirable maestro, que su mayor anhelo era reencarnar en
la forma de la mascota del maestro perfecto de su época y después de semejante
declaración, no me extrañaría que de la jauría humana surgiera uno que otro
gruñido. Afortunadamente perro que ladra no muerde así que prosigo con ese
asunto de las clases sociales puesto que este, es un paradigma rancio, obsoleto
y decadente que separa al ser humano de su verdadera naturaleza y al hacerlo,
le impone la alienada condición de tratar de compensar el complejo de
inferioridad con un desquiciado delirio de grandeza. Y aunque algunos
alfeñiques con grandes ínfulas traten inútilmente de pasarlo por alto, es de
todos sabido que esos elementos tan esenciales para el gozo del alma como son:
la natural alegría de vivir, la gratitud por existir sin haber hecho nada para
merecerlo, estar en paz con uno mismo, el amarse a sí mismo como la existencia
ha demostrado amarlo a uno, entregarse por el simple placer de la entrega y dar
de lo mejor de uno mismo sin esperar algo a cambio, no están al alcance de
ninguna billetera por más forrada que esté de fardos de papel moneda.
Es por eso que podemos ver, a simple vista y si en verdad hay alguien
asomado en las ventanas del alma, la diferencia que existe entre el natural sentido del humor que
caracteriza a las personas que gozan plenamente de su efímera existencia ya sea
que posean o no títulos nobiliarios o la
suma de dinero que atraiga el interés pero no el amor, y la patética purulencia
de esos pobres mequetrefes que insensatamente, ya que NO SABEN LO QUE HACEN, degradan
su humanidad hasta convertirla en una alcancía. Y lo enfatizo a pesar de que en
este plano, resultan ser una inmensa mayoría las nulidades que se creen la gran
cosa, porque cualquiera puede coincidir conmigo en que no hay nada más
desagradable que tropezarse con alguien que, independientemente del discurso que
nos pueda ofrecer acerca del lujo que representa disfrutar del milagro de
existir, a la legua se le nota lo de amargado, empachado y retorcido. Podría
poner unas fotos que demuestren lo anteriormente afirmado pero para no buscarme
más “enemistades”, espero que el lector se conforme con estos ajados rostros
que demuestran las huellas que deja, más que el paso del tiempo, la inquina
personal y la persistente insatisfacción con uno mismo.
Una vez colocado en esta reseña, un espejo para que se pueda ver reflejada
toda esa gente que a la vez que hace ostentación de lo que se desprecia a sí
misma, cree ser de clase muy superior a esa otra clase de personas que
naturalmente son ellas mismas y por tanto, no cometen la aberración de
ensoberbecerse y subestimarse al unísono;
supongo que las palabras salen sobrando. Y si no sirviera este artículo para
llamar la atención del que, dándose por aludido al verse reflejado en ese mugre
arquetipo, prefiere sufrir un derrame biliar en lugar de ponerse a reflexionar
respecto a la posibilidad de poder CAMBIAR tan atroz, aburrida y aberrante situación
antes del último suspiro, entonces como último recurso le dejo con esta cita de
un maestro por el que siento una profunda admiración y para despedirme le digo
que: ¡Hasta aquí la clase!, que se
acabó la tiza.